lunes, 30 de noviembre de 2009

No te lo voy a permitir

Odio que me llamen señor.
En la parada del colectivo, en la cola del banco, en el amacén o en la calle, cada vez con mayor frecuencia la gente se refiere a mí como señor.
Señor, éste es el 23?
Tiene hora, señor?
Ay, lo pisé. Perdón, señor.
No entiendo. Hace un lustro todavía alguna vieja mamerta me preguntaba si era nene o nena. Ahora resulta que soy Señor. Estamos todos locos, o yo muy hecho mierda.
Recién volvía del video y dos pibes de aproximadamente mi edad me dicen: Disculpe, señor. ¿La calle San Juan...?.
"A dos cuadras", les respondí, echándoles una mirada asesina.
La próxima, me paro de manos como Zulma.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Confesión II

Hace dos semanas que vengo escuchando un disquito llamado Papá que me gusta mucho. Hay una canción que dice: "Y si lo rosado fue obligación, me lo quito". Yo, que hace no mucho tiempo descubrí que se dice inodoro y no linodoro, creí hasta hoy que decía "Mi cielo rosado fue obligación de loquito". Hoy, haciéndome el lindo, empecé a cantar esa canción ante el amigo que me recomendó el disco, y tuve que esperar 5 minutos a que terminara de reirse para descubrir qué era lo tan simpático.

Confesión I

Cuando camino solo, algo que ocurre casi todos los días, dejo correr mi imaginación. Es algo que hago. Recito mis escenas favoritas de las películas de Kate Winslet, imagino mi casamiento con Daniel Radcliffe (quedan por la presente invitados) o escribo mentalmente el guion de algún video que me tiene como estrella. Pero cada tanto, algo que veo en la calle dispara mi atención hacia lugares más inesperados.
Hoy, mientras caminaba por el centro, pasé por una casa fotográfica en la que un críptico cartel de "Se comprueban antecedentes" llamó poderosamente mi atención. Y ahí empecé.
-Hola, sí, qué tal... vengo a buscar mi registro de antecedentes.
-Bien... bueno, pasá por acá por favor. Sacate la capucha. Eso. Bueno, listo. Bueno, acá está la foto. Sí, sí, acá me sale un antecedente para esta cara. Robo simple, 1994.
-Ah, posta, me había olvidado de esa (con melancolía). Bueno, gracias, capo.

Durante todo el trayecto hasta la clínica estuve pensando en el registro de antecedentes e imaginándome distintas situaciones que comenzaban con: Hola, vengo a buscar mi registro de antecedentes. Así pisé una baldoza floja, atropellé a un perro y me olvidé de sacar unas fotocopias.
Ahora bien, no sé cómo pasó esto, no sé cómo pude tener semejante descuido, yo que soy la persona menos espontánea del mundo y ensayo todo lo que digo, aunque sea el saludo al kiosquero o pedirle un cuarto mi milonguitas a la panadera. Pero me pasó. Entré a la clínica, totalmente absorto en mis fantasías, y en vez de pedirle a la mina el resultado de mis análisis, le dije, con vocecita soñadora: Hola, vengo a buscar mi registro de antecedentes.
Y cuando terminé de decirlo, con el mayor terror, me di cuenta de lo que había hecho. Me llevé una mano hasta la boca y le dije: "Perdón...". "Un análisis de sangre vengo a buscar. Juan Pablo Nario." La mina me miró como si fuera una mancha sospechosa en su inodoro, y me tiró el sobre en el mostrador tras hurgar en un cajón por cinco segundos, sin dejar de mirarme.
Creo que nunca pasé tanta vergüenza.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Recomendadas del festival

Hasta ahora vi 15 películas. Recomiendo a todos las siguientes. La primera se llama Mother en inglés.



















miércoles, 11 de noviembre de 2009

Más odio

No por obvio ni por viejo, este odio debe quedar afuera de esta palangana de bilis. Odio a la tercera edad.
Si bien no pretendo ser tan elocuente ni ilustrativo al respecto de este grupo lamentable como lo fuese mi amiga Abi una vez (quien los llamó oportunamente V.D.O: Viejos del Orto), hay algunas cositas que me gustaría escupir.
Primero: Un miembro de la tercera edad no pide permiso, o... ¡un momento!, lo hace, mientras te derriba con un golpe enérgico del que cualquiera lo creería incapaz. Porque la tercera edad nos engaña con su aspecto decadente, pero no dudan en darte con sus bastones en las canillas en la fila de una boletería.
Segundo: La tercera edad no se disculpa. Puede derribarte, pisotearte, maltratarte, colársete en una fila, chistar en tu cara si la misma no le gusta, porque son mayores, y eso les confiere derechos especiales. Así, la tercera edad, que con tanta imperiosidad exige Respeto, no se muestra muy ducha en otorgarlo.
Tercero: La tercera edad puede decir cualquier barbaridad, y obligarte a que la escuches. Colimba obligatoria, gangas menemistas, melancolía por la dictadura, miserias familiares. La tercera edad habla y habla, pero no escucha.
Cuarto: La tercera edad idealiza el pasado y te invita a amargarte por el presente y a angustiarte por el futuro. La nostalgia por los viejos modelos de familia, las mujeres-plancha y los hijos mudos les trae lágrimas a los ojos, y con codazos de complicidad, te invitan a suspirar por esos tiempos de oro y a llorar por la juventud perdida.
Quinto: La tercera edad vive quejándose, y acuden con sus quejas a cualquier persona que esté dispuesta, o no tan dispuesta, a escuchar. La acomodadora de un cine, por ejemplo, debe recibir quejas por la calidad de una película. Un colectivero, por el precio del boleto. Una camarera, por el sabor del agua tónica. La tercera edad es insatisfecha crónica y va por la vida envenenando a los demás con su insatisfacción.

¿Son todos así?. Claro que no. Sólo la inmensa mayoría. Y para quien escribe, es más que suficiente.

martes, 10 de noviembre de 2009

Odio cuando

Sí, estoy en una etapa en que todo me molesta. Y como no puedo pensar en otra cosa (casi, casi) que en mis múltiples odios, se me ocurre que podría actualizar el blog hablando de ellos, cada vez que uno me estorbe mucho.
En esta oportunidad les traigo una que tengo acá, en la garganta. Hijos de puta.
Odio, ODIO, ODIO cuando la gente se lamenta más por el sufrimiento, tragedia o muerte de una persona porque esa persona es o era bella.
"Qué barbaridad... una chica tan linda... y drogadicta".
"Viste quién se murió?. Un chico tan joven, y tan buen mozo."
"Qué picardía una chica tan hermosa sufriendo siempre por el mismo hombre."

¿Me están jodiendo?. Estamos hablando de una adicta, un muerto y una desgraciada. ¿Qué importa si es Valeria Massa o la mujer barbuda?. ¿Por qué la gente se ve más sensibilizada por las vidas de la gente bella?. ¿Somos todos idiotas?.
Sí, ya sé lo que deben estar pensando. Qué pena... un chico tan rico... pero tan amargado.

domingo, 1 de noviembre de 2009

Cómo me convertí en un autor publicado

Hace un rato estaba hablando con mi amiga Abi. Despotricando, como de costumbre. Aparentemente mi veneno le resultó inspirador, pues copiando y pegando mis comentarios, Abi compiló este texto.

El enigma de mi hermana y el baño

En líneas generales, mi hermana y yo nos llevamos muy bien. De hecho, somos los únicos hermanos que conozco que conviven bajo un mismo techo sin gritarse o cagarse a patadas ni siquiera una vez al año. Nuestro secreto es simple: Cuando uno de los dos está de mal humor, el otro evita todo tipo de interacción. En una semana normal, mi hermana y yo estamos de mal humor 3 días cada uno al menos en un momento del día, y generalmente el otro lo puede inferir rápidamente por una cara de orto sobresaliente. Que mi hermana llegue de trabajar y pase por donde estoy sentado sin saludarme se considera absolutamente normal. Somos muy parecidos en ese sentido: despreciamos todas las formas, saludos incluidos. Y cuando uno está de mal humor, la comunicación verbal es estrictamente funcional.
Ahora bien, hay algo que agria la armonía fraternal y es la apropiación que hace mi hermana del único baño de la casa. Todos tenemos una parte de la casa que habitamos más que otras. En mi caso, mi cuarto; en el de mi mamá, la cocina; en el de mi hermana, el baño.
-Mi hermana entra a trabajar a las 9 AM. A las 8, si no me fui a cursar antes, me despierto con el sonido de la ducha, que dura 15 minutos. De 8.15 a 8.45 mi hermana se pone talcos, lociones y cremas hidratantes, nutritivas y de limpieza... ah, y se seca el pelo.
-Mi hermana llega de trabajar a la 1 PM. Lo primero que hace es entrar al baño, donde pasa unos 30 minutos. No me pregunten qué hace los 29 minutos que no está meando porque no lo sé. No emite sonido alguno y sale del baño luciendo exactamente igual a cómo entró. Tampoco se escuchan canillas siendo abiertas o cerradas ni ningún otro movimiento de agua.
-Cerca de las 2 almuerza, mira un rato de televisión o hace algo para la facultad, y luego vuelve al baño para arreglarse antes de ir a cursar. Esta tercera incursión, que triplica en tiempo a la segunda con facilidad, carece de su misterio: lo que hace es peinarse, maquillarse y cambiarse.
-Si llega antes de la cena, hace una cuarta incursión, corta, de 15 minutos, que creo que tiene que ver con su inexistente acné, porque sale con la cara pellizcada y perforada.
-Cerca de las 12 de la noche, cuando todos ya cenamos, puteamos a Julián Weich y vimos alguna otra cosa, mi hermana hace la última y más impresionante incursión al baño. En el tiempo (incalculable) que permanece dentro, mi vieja lava los platos y se va a dormir, yo leo, chateo, miro una película y/o hablo por teléfono y mi hermana... sigue en el baño. Tal como cuando vuelve del trabajo, no emite sonidos. No ducha, no meo, no botón. Eventualmente, el rechinar de la pileta o del inodoro, como que se posa, sienta o para sobre los mismos. Cuando, muy tarde en la noche, cerca de las 2 o 3 de la mañana, me voy a dormir, mi hermana sigue en el baño.
El misterio de qué hace mi hermana en el baño, que me atormenta, es, sin embargo, menos problemático que el hecho en sí de que esté todo el puto día ahí adentro, y que para echarme un cago, un meo, lavarme los dientes o bañarme (que dios sabe que son las únicas cosas que a duras penas puedo hacer en ese baño), tengo que pedirle permiso a la mina desde el otro lado de la puerta. Generalmente no contesta, sino que emite un chasquido antipático y abre la puerta al minuto (aunque no siempre se va del baño, sino que te permite usar el inodoro mientras ella sigue usando el espejo). ¿Qué querés?, dice otras veces. "Mear", "cagar", "tirarme un pedo", qué te importa!. Salí del baño, enferma de mierda, que no vivís sola y la gente tiene necesidades fisiológicas a higiénicas.
Pedir permiso para mear en mi propia casa y recibir por respuesta ese puto suspiro de impaciencia me rompe las pelotas y hace que sienta un impulso asesino hacia mi hermana, unas ganas inmensas de que se le caiga encima el botiquín mientras se mira la teta de perfil o lo que MIERDA sea que hacés ahí adentro todo el día, pedazo de forra.