¿Alguna vez hicieron algo sin saber bien por qué estaban haciéndolo o si querían hacerlo?. Un poco así fue mi viaje. Un día estaba en mi casa pensando en esos programas de work and travel, y al día siguiente me encontraba en un avión con un yanqui a cada lado de mi angosta butaca totalmente desconcertado con mi propio destino.
Por supuesto, mis peripecias comenzaron en Ezeiza cuando un agente de corbata roja me informó que mi número de reserva no estaba en sus registros, de modo que me tuvo que improvisar un asiento en el medio en una de las filas del medio, es decir, lo opción más indeseable, y viajé separado de mi amiga Paula. Vamos, ¡que hasta más baratos deberían ser esos asientos del medio!. Me tocó estar entre dos gorditos cincuentones de pelo blanco muy buen peinado que eran asombrosamente parecidos entre sí.
Viajar en Delta es más incómodo que viajar en el Rápido Argentino. Si tenés un culo más o menos prominente, lo más probable es que tengas que comprar dos boletos. Si tenés piernas largas, como en mi caso, vas a romperle las pelotas al de adelante durante todo el viaje, cosa que hice generosamente. Yo encima tengo la desgracia de no poder dormir en otro lugar que no sea, a) una cama, y b) el banco de un aula. En cualquier otro sitio (sillones, butacas de micros o aviones, autos, etc) es imposible que me duerma e inútil intentarlo, de modo que las horas se hacen largas y la ansiedad inexorable.
Hubo un momento muy gracioso en que los dos señores que tenía al lado se dieron vuelta hacia mí como dos bebés y yo quedé tieso en el medio y me empecé a reír descontroladamente, lo cual es muy peligroso porque cuando me tiento, en lugar de llorar, sudo, para mi vergüenza particular y para perjuicio general.
Llegamos a Minturn exhaustos y eufóricos luego de un viaje de 40 horas (mar del plata - buenos aires - atlanta - denver - minturn) y nos apersonamos en el motel del horror con nuestras reservas. El hotel apestaba a ajo y el pasillo que llevaba a nuestra habitación estaba cubierto por una alfombra llena de chicles ennegrecidos. Cuando entramos a la habitación nos cagamos de risa al ver una (repito, una) cama de una plaza y media para ambos y un baño separado de la habitación por una puertita corrediza destartalada.
Los primeros días pensamos que habíamos llegado a un pueblo sacado de una película de terror de bajo presupuesto. El hotel, sucio y lúgubre, contaba con todo tipo de personajes extraños y temibles como un hombre que estaba permanentemente vestido como ciclista y al que le faltaba un trozo de piel justo debajo del labio inferior, con lo que podías ver una considerable parte de su carne y varios de sus dientes al descubierto; o un hombre encorvado de aspecto perturbado y comportamiento autista que pasaba mirándote con terror y nunca te contestaba una pregunta; o una de las empleadas, una señora de pelo seco y desgreñado, voz ronca y permanente aliento a ajo que te cagaba a gritos por cualquier cosa; o la mucama ladrona; o una señora extremadamente delgada y alcohólica que seducía a cualquiera delante de su sonriente marido; o un borracho con las manos constantemente sucias y con restos de sangre que despedían un olor espantoso; entre muchos, muchos otros.
Por otro lado, el pueblo en sí mismo era bastante terrorífico. Un lugar lleno de negocios cerrados, de calles deshabitadas por las que de tanto en tanto circulaba un automóvil que se detenía suavamente para cederte el paso y cuyos conductores te miraban sonrientes mientras cruzabas la calle. Creepy.
Nos presentamos en el trabajo una semana más tarde y tuvimos una semana de clases sobre vinos y bebidas alcohólicas, medidas de sanidad, atención al cliente (o el arte del servilismo), medidas de higiene, etc. Los personajes que daban estas clases eran encargados o supervisores de la marca. Había en su discurso un fanatismo tan desagradable que parecían una secta religiosa. La idea era invitar al cliente a ir a creerse rey del universo al restaurante y tratarlo como tal, y darle siempre la razón, por más desfachatadas, descabelladas, desquiciadas, destornilladas fueran sus exigencias. Luego de rendir un examen sobre el menú, que básicamente consistía en detallar la preparación, los ingredientes y sus orígenes y caracterísitcas de cada plato, guarnición, poste, salsa y salsita y la puta que te parió que se aprobaba con el 90% y que naaaaaaadie aprobó, designaron las posiciones según la cara de cada uno. Por supuesto, todos los argentinos mentimos con descaro sobre nuestra experiencia laboral. TODOS habíamos trabajado varias temporadas en distintos restaurantes, hoteles, salones de cócteles, bares, cafés y clubes de todo tipo. 100% argento. Los brasileros confesaron humildemente su inexperiencia con lo cual les endosaron las tareas peor remuneradas.
Aquí comenzó el período más oscuro de mi experiencia. Mi desempeño como camarero fue bochornoso. Imagínenme sudado aporreando una computadora tildada, sujetándome la garganta con una mano mientras sufría de serios ardores de esófago nerviosos mientras decía: CHICOS, CHICOS, FABI, MANU, DÓNDE ESTÁ, DÓNDE ESTÁN LOS MARTINIS, DÓNDEEEEEEEEEE. Mis compañeros, que de hecho no tenían por qué saber más que yo (aunque por supuesto lo hacían) descubrieron a partir de la experiencia de ser compañeros míos que la paciencia puede ser estirada hasta puntos inimaginables. En todo momento desplegué una increíble capacidad de ahogarme en un vaso de agua y de hacerme problema por todo (-AAAAAAAAAAAAAAAAAAAH, LA 1 SE ME FUE SIN PAGAAAAAAAAR. -Juan, la 1 no es tuya. -Ah.) y hundirme en un pozo de inoperabilidad del que la gente me iba rescatando con progresivas caras de orto.
Si tomaba mal un pedido (es decir cada vez que tomaba un pedido), y me daba cuenta de mi error mientras cargaba la orden, no volvía a la mesa para clarificar el malentendido. No. Lo pasaba mal a sabiendas al sistema y rezaba para que el error fuera inadvertido. A veces zafaba, y unas costillas de cerdo pasaban como piña como de cordero (-these ribs are so small... well, whatever), y otras veces NO. Y era terrible. Una noche me pidieron cuatro cortes de carne que yo creí que no había en stock, y se los negué, y me pidieron otros que efectivamente NO había en stock pero que yo pensaba que sí había. Cuando me di cuenta de esto, ¿qué hice?. "¿Fuiste a la mesa y les dijiste?" Por supuesto que no, pebete barra a. Les ordené lo primero que habían pedido a ver si zafaba. Y NO ZAFÓ PERO NI MEDIO. Esa misma noche le llevé una ensalada con cebolla a una alérgica a la cebolla, superando mi propio record de imbecilidad, y supe que era el fin de mi carrera. El dueño me gritó con su cara a una distancia tan ínfima de la mía que si hubiera estado bueno, con la locura galopante que tenía ese día, quizás le hubiera propinado un chupón, al grito inmediato de: "¡Perdón, es que, es que!". Él no me besó (necio) pero se dio el gusto de rociarme de saliva mientras me decía todo tipo de cosas horribles que jamás había escuchado antes. Luego de aquella humillación me atrincheré en el baño a pensar en mi destino y resolví pedir que me pusieran en otra posición. Así fue que fui donde el dueño, que me miró con los ojos desorbitados, le pedí perdón por mi torpeza y le dije que renunciaba a mi puesto como camarero, pero que si aún quería conservarme podía hacer otra cosa. En realidad lo que yo quería era que me pusiera como busser que es el que levanta la mesa, estupenda tarea para mí ya que no necesitás tener un IQ muy elevado y además no tenés que interactuar con los clientes, a los que les había tomado fobia. Obviamente, mi esperanza fue pisoteada con crueldad y el tipo me puso como recepcionista, lo cual me aterrorizaba aún más que ser camarero.
Resultó no ser tan terrible, sin embargo. Todo lo que había que hacer era llevar a la gente a sus mesas, desearles una cena agradable y atender el teléfono, lo cual nunca hacía porque a) se lo encomendaba a otro, b) lo ignoraba de plano, c) lo atendía y cortaba, o d) lo desenchufaba. De modo que me rascaba bastante el higo y las horas se pasaban sin pena y hasta con la gloria ocasional del placer que da un sánguche de panceta y queso robado de la cocina.
El 3 de enero nos mudamos del funesto hotel en Minturn a Avon, pueblo que NO tiene nada que ver con los cosméticos donde estaba ubicado el restaurante. El condado de Eagle consiste básicamente en varios pueblos de unos miles de habitantes cada uno, de los cuales los más importantes son Vail (de hecho suele referirse al conjunto como al Valle de Vail) e Eagle. Estos pueblos constituyen el escenario propicio para mi suicidio. De hecho, si algún día decidiera que mi vida no tiene más sentido pero no fuera capaz de reunir el valor para terminar con la misma, me compraría un pasaje a Vail y lograría suicidarme a la semana, sumido en la locura, y lo haría comiendo queso cheddar con salsa picante hasta que me agarrase un paro cardíaco.
Estas aldeas, amoroooosas, son centros de ski: la principal actividad económica que las mantiene es el turismo, las familias que vienen de diferentes partes del país y del mundo a esquiar, a hacer snowboard y a descansar de la monotonía del lujo de la vida en la ciudad y trocarlo por otro lujo, natural, pintoresco, navideño... nevado; y por qué no, a aprovechar las ofertas del supermercado.
No es que yo tenga un prejuicio contra los estadounidenses, ¿eh?; no es que me malpredisponga un resentimiento social por las relaciones de poder que existen entre esa comunidad y la nuestra; no. No es que cada vez que veo a todas esas familias claras caminando con muletas, todos quebrados como unos pelotudos luego de una temporada de ski, repitiendo "-How are youuuu? -GREAT AND YOU? -GREEEEEEEEEEAT" me llene de semejante odio que me impida pensar con objetividad antropológica. Peeeero:
JUAN PABLO NARIO PRESENTA: UN ESTUDIO SOBRE LA PESADILLA AMERICANA, DESDE ADENTRO (y sin mensajes subliminales freudianos).
La paranoia: Los yanquis son paranoicos hasta la esquizofrenia. Todas aquellas películas en las que los vecinos les llevan pastelitos y canastas artesanales a los recién llegados, son una farsa cruel: Estos alienígenas se temen entre sí. Recuerdo que una tarde le toqué la puerta al vecino para hacerle una pregunta y me atendió a través de la puerta mientras me miraba como si fuera una aparición fantasmagórica, respondiéndome con recelo y mirando intermitentemente el arbusto que había detrás mío, como si esperara ver salir de atrás del mismo una banda de ladrones armados hasta los dientes. Los medios de comunicación funcionan como un aparato de terror que reproduce imágenes perversas de todo lo que te puede pasar si salís de tu casa a tener una vida normal, y lo más triste es que esta gente lo compra. Durante años, ese miedo ha sido redituable para los patrocinadores de estos noticieros amarillos: el miedo que se le inculca hace vulnerables a las personas y una persona vulnerable es más manipulable con vistas al consumo. O por lo menos... al consumo del cotillón de la seguridad: un arma en cada hogar de familia, medidas extremadas de seguridad en cada vivienda, y... la derecha en el gobierno. Pero ojo, ojo: de a poco se van despertando, y el resultado de las elecciones es elocuente a este respecto. Mantengan la fe, mas no divina.
La tacañería: En tiempos de crisis, hasta los más amarretes pasan desapercebidos como ahorrativos y cautelosos, pero no ante estos ojos de gata. Entre los actos de mezquinidad más aborrecibles que he presenciado destaco:
-Los que llegaban corriendo cinco minutos antes de la finalización de la happy hour y se abalanzaban sobre la mesa con la cara amoratada pidiendo a gritos ser atendidos, y ordenaban cuatro rondas de cerveza antes de que se acabara la hora feliz.
-Los que engullían dos veces su tamaño y después se quejaban con el encargado de que todo había estado horrible, con lo cual recibían nuevos platos y postre sin cargo.
-Los que iban a la hora de la cena a compartir una ensalada con agua de la canilla. O peor, los que pedían gaseosa y una panera con manteca.
-Los que no dejaban propina.
-Los que se iban sin pagar.
La orgullosa ignorancia etnocentrista:
Entre otros aspectos.
Ahora bien. Ustedes inferirán que haberme mudado del hotel a una casa constituyó un cambio positivo. Pues... sólo en parte. Es cierto que la casa estaba muy cerca del trabajo, lo suficientemente cerca para ir caminando, y que poder disponer de elementos para cocinar nuestra propia comida fue una mejora invaluable. Pero la casa en sí misma... la casa... en sí... misma. No, no hay palabras. Imagínense un chatarrero. Un depósito de chatarra. Sostengan la figura en su cabeza y encierren el chatarrero en cuatro paredes con retratos polvorientos colgando y sillones desperdigados aquí y allá: eso era la casa. La señora que vivía en esta madriguera se dedicó, por años... muchos años... a comprar distintos elementos tales como: televisores, equipos de música, juguetes, utensilios de cocina en cantidad, tostadoras, muebles, etc., que llevaría a Mexico, su país natal, algún día. POR SUPUESTO nunca lo hizo, pero esto no la detuvo y ella siguió apilando literalmente nuevos objetos, mientras los viejos y aplastados se iban ajando, averiando o quedando obsoletos. Un día fui a visitarla a su habitación y al notar que no había nadie, e impactado por las montañas tambaleantes de juguetes rotos, ropa, cajas, libros y artefactos que se erigían en cada rincón de la cámara, decidí entrar y hacer un estudio más minucioso del stock, sólo para darme cuenta dos minutos más tarde de que la mismísima señora estaba observándome desde su colchón, apenas visible entre las torres de cachivaches que la rodeaban. A este desagradable encuentro siguió un grito masculiníiiiiiiisimo de mi parte y pedidos atropellados de disculpa.
En esta cueva permanecimos dos meses en los que fuimos relativamente felices, lo cual habla de nuestra habilidad para la supervivencia y nuestra adaptabilidad a la ausencia de lujos materiales.
En Marzo, Paula sucumbió al lujo, no obstante, y se mudó a una mansión por un arancel exorbitante. Yo me mudé con cuatro compañeros del trabajo a una casa en Edwards, otro pueblo vecino. Este tercer y último capítulo se llama:
FELICIDAD
Y diiiiiiceeeee, aséee (arribalaspalmasdetodoslosnegrosarrrrriba):
Maitén
Frases: "PAREN UN POOOOCO" "MAOMENO".
Cualidades: Ser muy organizada y responsable, tener excelente gusto artístico (no tanto así chonguil) y estar buena.
Manu
Frases: "Ponele". "Lucas, SOS MUY LIBIDINOSO"
Cualidades: Muy práctico, carácter bondadoso, ofrece infusiones constantemente, contrabandista de fernet premium.
Ceci
Cualidades: Relajación, transmisora de paz, buena mediadora, ávido y comprensivo oído. Femenino caminar...
Fabi
Frases: "Ejejem, mh..." "No te comas la uñita. Dejate, dejate, ejejemmh, mhh"
Cualidades: Constante buen humor, genial compañera de trabajo, excelente trasnochadora, excepcional predisposición para la joda.
Y así, tal como si alguien hubiera arrancado del almanaque el mes de marzo, una mañana nos despertamos por última vez todos juntos y se dispersó el círculo, se terminó el encanto aún cuando todavía se escuchaban los ecos de la última fiesta ("BAILEN, PUTOS... UTOS... TOS... OS..."), de las últimas discusiones ("TODO CULPA DE USTEDES, ME LA HICIERON PASAR COMO LA MIERDA, OMO LA MIERDA, IERDA, DA"), de los últimos sudores ("DAAALE, BRASUCA, DAME CON MÁS PULEENTA, ON MÁS PULEENTA, LEEENTA, ENTA, TA").
Y encima, 10 años consumiendo los productos de Chris Morena me hicieron creer que con sólo abrir la ventanita de los sueños podía volver a Eduardo, y la hija de puta de mi persiana que está trabada desde que vine.