Hoy iba viajando en el putísimo Batán desde la empresa a casa, y subió una chica. Gordita, la chica. Gorda, bah, bastante gorda. Los asientos, todos ocupados. Mientras la chica avanzaba hacia el fondo, agarrándose del caño más alto de modo que se le levantaba la remera y su voluminosa barriga brillaba bajo el sol de enero, una señora le hacía señas, entusiasta. "Ay, sentate, querida, sentate", le decía la señora, mirando con ternura los pliegues de grasa abdominal de la chica. En ese momento, mientras la señora se paraba, pude ver, como si la frente de la chica fuera transparente, la encrucijada que se había formado en su cerebro:
-Si le digo que no, que no estoy embarazada, por lo menos la vieja que está al lado se va a dar cuenta de que confundieron los postres que me vengo comiendo desde el 94 con un feto del tamaño de una ballena asesina madura. Si la mando a cagar como se lo merece, directamente se entera todo el colectivo. Si me hago la pelotuda y me siento, es probable que la mina me haga preguntas pelotudas sobre el embarazo. Por otro lado, tengo un largo viaje hasta Batán. ¡Hacerse la pelotuda mode, on!.
"Gracias, señora, gracias".
No le hizo preguntas sobre el embarazo, pero antes de bajarse le dijo "Te felicito, querida". Y podría jurar que en ese momento la chica captó mi mirada y se sonrió conmigo.
Hace 4 años
1 comentario:
Me gustó el gran ejercicio de imaginación. Parece como en las películas cuando detienen el tiempo para esas decisiones que no hay otra manera de mostrar. Groso.
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