Ayer un antiguo amor llamó a mi puerta. Bueno, no. Me llamó por teléfono, y me habló con una voz que decía: "Veámonos. Tomémonos un café".
¡Ja!, pensé yo. ¡Ja!. Esta es mi oportunidad. No para conquistarlo. No, no. No para vengarme, tampoco. Era mi oportunidad de que me vea, años más tarde, más joven que él, más apuesto que él, más exitoso que él; que me vea seguro, sin esa cosa trémula, lastimosa, como de disculpa, que tenía cuando yo estaba enamorado de él y él se divertía explotando mi excepcional predisposición a ser emocionalmente estafado. "Esta es mi oportunidad". Ese día salí temprano del trabajo, me bañé y me acicalé con esmero, abrillanté mi cabello, perfumé mi cuerpo, me llevé un libro interesantísimo que fingiría estar leyendo si él llegaba más tarde, me aseguré de recibir por lo menos dos llamados durante la cita, y salí, con aire triunfal, y sí, quizás un poco vengativo; y sí, quizás un poco seductor. "Cuando venga, le voy a hacer ese chiste buenísimo sobre la vieja y el ascensor", pensaba con una risita ganadora, mientras me sentaba a una mesa cerca de la ventana, en el café.
Nunca vino.
Me dejó plantado.
Hace 4 años
2 comentarios:
para él!
dontcha worry, el karma ES sabio...
(en serio)
Seguro que te miraba desde afuera y le dio vergüenza mostrarse menos apuesto, joven y exitoso que vos.
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